Sábado 24 de julio
Soy la tía abuela de Nerea, tía de sus papás y sus tíos, cuñada de su abuela. Pero más allá de los parentescos, soy tía abuela de Nerea por un profundo amor.
Conocí a Nerea cuando era un pequeño niño llamado Andy. De cuerpo frágil, voz suave y ojos inquietos. Desde que nos conocimos hicimos clic: jugamos, conversamos, nos reímos.
El 7 de abril de 2019 toda nuestra familia extensa recibió una carta escrita por Marce y Jokin. Me permito leerles un poquito de ella:
Es sobre Andy, se siente niña. El lunes 1 de abril lo verbalizó conmigo diciéndome: “Yo a mis amigos les digo que soy chico para que no se rían de mí, pero yo, para mí, soy chica”, y al día siguiente con Jokin cuando le dijo “ojalá hubiera nacido niña”. Esta confesión ha desatado un terremoto interno en nuestras vidas, pero por sobre todo ha primado el amor como padres… Es un tema profundo, que está en su esencia, y respetamos y agradecemos a la vida por tenerle en nuestra vida (…).
La carta adjuntaba una nueva foto familiar donde Andy ya era una niña. No recuerdo si ese día o al siguiente, la llamé: ¡hola, preciosa!, le dije, y conversamos sobre lo difícil que es elegir la ropa que vas a ponerte. Nos reímos y nos quedamos enganchadas en un ir y venir de llamadas y mensajes.
Durante estos dos años Marce y Jokin nos han mandado fotos y videos desde el País Vasco, donde ellos viven: hemos visto crecer a una niña pequeña de pelito corto con vinchas de colores hasta convertirse en la niña mucho más grande que aparece en la foto de su carné de identidad, con una hermosísima trenza francesa que corona su cabeza: Nerea Zurutuza Serrano.
Yo quise acompañarla en este momento de su vida, en esta transición. Entendí que Andy iba a cambiar. ¿Qué cambiaba ahora exactamente? Seguía siendo el mismo ser humano de voz suave y ojos inquietos, pero ahora era además valiente, muy valiente. ¿Cómo hacerle sentir más allá de las palabras mi amor? ¿Cómo estar con ella en esa transición, que era difícil? ¿Cómo darle muchos abrazos estrechos y cálidos si vivimos en diferentes países?
Surgió así la idea de un cuento, porque eso es lo que sé hacer. Una ficción fantástica sobre sus nueve años. Un cuento para ella y —ahora lo veo— para nuestra familia y todas las familias de menores trans. Un cuento para vivir la inclusión, el respeto, el amor por los seres humanos, más allá de los carteles binarios con los que hemos crecido.
Compartí mi idea con Marce y Jokin. Los tres fuimos escribiendo Dizdira y Adarbakar. Jokin me contó los mitos de creación del País Vasco y yo recordé los mitos de nuestros pueblos. Escribimos en minga pequeños capítulos, desde su nacimiento hasta su presente. Me llené de la vida de Andy, entré en su pasado, en sus padres biológicos, en su cuarto, en sus juguetes preferidos, en sus comidas, en su escuela, en sus amigos, en sus tíos, en sus temores y sus certezas. Conocí profundamente a Andy y a sus padres por adopción: Marcela y Jokin. Y escribí desde ese conocimiento.
El 26 de septiembre de 2019 Nerea cumplió diez años y mi regalo para ella fue este cuento, que todavía no tenía diecinueve capítulos, porque no sabía cómo terminarlo. Pero justo alrededor de esa fecha, Marcela me contó que Andy decidió y pidió cambiar su nombre. Quería uno que la identificara, que la hiciera sentir nueva y completa. Quiso llamarse Nerea. Esa fue la pauta para imaginar que en el tercer planeta que visitarían Dizdira y Adarbakar tendría que suceder ese cambio. Nerea me había dado el final del cuento que ella quería. Dizdira, la estrella que brilla, se convirtió en Nerea, la que fluye. Lanzó su viejo nombre al mar y un delfín lo recibió en su frente.
Igual que trabajamos juntos en el cuento, compartimos la lectura, las reacciones de Nerea a la historia que escuchaba, cómo fue identificándose con el personaje, reconociéndose, apoderándose de la historia. Era su historia y era fantástica. Estaba rodeada de amor, estaba contenida, y eso le daba seguridad y alegría: podía hacer su transición sin esconderse, sin temer al desamor.
Jokin y Marcela siempre quisieron compartir este cuento con otros padres de menores trans. Publicarlo en España era un tema que aparecía en nuestras conversaciones. De pronto una mañana me llamaron y me mostraron el libro. Lo habían hecho y me emocioné mucho. ¿Por qué no publicarlo también en Ecuador para compartirlo con las familias, los amigos, los allegados de los menores trans? ¿Por qué no hablar públicamente de un tema que ha sido maltratado, cuando no escondido, para no molestar a una sociedad discriminadora, irrespetuosa, llena de temores atávicos sobre las diferencias?
Nunca imaginé que un regalo de cumpleaños se convertiría en un libro, pero siento que cien ejemplares en España y trescientos en Ecuador, no son suficientes. Queremos hacer diecinueve capítulos para YouTube en videocuentos; queremos hacer una radionovela para transmitirla en radios amigas, queremos hacer más libros para que muchas mamás y papás los lean en las noches abrazados a sus hijas e hijos que nacieron con un cuerpo y un género con el que no se identifican y que están buscando expresar su verdadera identidad. Por todo esto que soñamos es que les proponemos hacer otra minga para pasar del sueño a la realidad.
Presentarlo aquí, en el CAC, cuando festejamos el Día de Integración LGBTIQ+, es un abrazo que nos da la vida. No podíamos pensar en un mejor lugar y en mejores seres humanos para escucharnos y acoger nuestro cuento.
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