lunes, 26 de julio de 2021

Dizdira eta Adarbakar

 
 

Sábado 24 de julio

Soy la tía abuela de Nerea, tía de sus papás y sus tíos, cuñada de su abuela. Pero más allá de los parentescos, soy tía abuela de Nerea por un profundo amor. 

Conocí a Nerea cuando era un pequeño niño llamado Andy. De cuerpo frágil, voz suave y ojos inquietos. Desde que nos conocimos hicimos clic: jugamos, conversamos, nos reímos. 

El 7 de abril de 2019 toda nuestra familia extensa recibió una carta escrita por Marce y Jokin. Me permito leerles un poquito de ella: 

Es sobre Andy, se siente niña. El lunes 1 de abril lo verbalizó conmigo diciéndome: “Yo a mis amigos les digo que soy chico para que no se rían de mí, pero yo, para mí, soy chica”, y al día siguiente con Jokin cuando le dijo “ojalá hubiera nacido niña”. Esta confesión ha desatado un terremoto interno en nuestras vidas, pero por sobre todo ha primado el amor como padres… Es un tema profundo, que está en su esencia, y respetamos y agradecemos a la vida por tenerle en nuestra vida (…).

La carta adjuntaba una nueva foto familiar donde Andy ya era una niña. No recuerdo si ese día o al siguiente, la llamé: ¡hola, preciosa!, le dije, y conversamos sobre lo difícil que es elegir la ropa que vas a ponerte. Nos reímos y nos quedamos enganchadas en un ir y venir de llamadas y mensajes. 

Durante estos dos años Marce y Jokin nos han mandado fotos y videos desde el País Vasco, donde ellos viven: hemos visto crecer a una niña pequeña de pelito corto con vinchas de colores hasta convertirse en la niña mucho más grande que aparece en la foto de su carné de identidad, con una hermosísima trenza francesa que corona su cabeza: Nerea Zurutuza Serrano. 

Yo quise acompañarla en este momento de su vida, en esta transición. Entendí que Andy iba a cambiar. ¿Qué cambiaba ahora exactamente? Seguía siendo el mismo ser humano de voz suave y ojos inquietos, pero ahora era además valiente, muy valiente. ¿Cómo hacerle sentir más allá de las palabras mi amor? ¿Cómo estar con ella en esa transición, que era difícil? ¿Cómo darle muchos abrazos estrechos y cálidos si vivimos en diferentes países? 

Surgió así la idea de un cuento, porque eso es lo que sé hacer. Una ficción fantástica sobre sus nueve años. Un cuento para ella y —ahora lo veo— para nuestra familia y todas las familias de menores trans. Un cuento para vivir la inclusión, el respeto, el amor por los seres humanos, más allá de los carteles binarios con los que hemos crecido.  

Compartí mi idea con Marce y Jokin. Los tres fuimos escribiendo Dizdira y Adarbakar. Jokin me contó los mitos de creación del País Vasco y yo recordé los mitos de nuestros pueblos. Escribimos en minga pequeños capítulos, desde su nacimiento hasta su presente. Me llené de la vida de Andy, entré en su pasado, en sus padres biológicos, en su cuarto, en sus juguetes preferidos, en sus comidas, en su escuela, en sus amigos, en sus tíos, en sus temores y sus certezas. Conocí profundamente a Andy y a sus padres por adopción: Marcela y Jokin. Y escribí desde ese conocimiento.

El 26 de septiembre de 2019 Nerea cumplió diez años y mi regalo para ella fue este cuento, que todavía no tenía diecinueve capítulos, porque no sabía cómo terminarlo. Pero justo alrededor de esa fecha, Marcela me contó que Andy decidió y pidió cambiar su nombre. Quería uno que la identificara, que la hiciera sentir nueva y completa. Quiso llamarse Nerea. Esa fue la pauta para imaginar que en el tercer planeta que visitarían Dizdira y Adarbakar tendría que suceder ese cambio. Nerea me había dado el final del cuento que ella quería. Dizdira, la estrella que brilla, se convirtió en Nerea, la que fluye. Lanzó su viejo nombre al mar y un delfín lo recibió en su frente.

Igual que trabajamos juntos en el cuento, compartimos la lectura, las reacciones de Nerea a la historia que escuchaba, cómo fue identificándose con el personaje, reconociéndose, apoderándose de la historia. Era su historia y era fantástica. Estaba rodeada de amor, estaba contenida, y eso le daba seguridad y alegría: podía hacer su transición sin esconderse, sin temer al desamor.

Jokin y Marcela siempre quisieron compartir este cuento con otros padres de menores trans. Publicarlo en España era un tema que aparecía en nuestras conversaciones. De pronto una mañana me llamaron y me mostraron el libro. Lo habían hecho y me emocioné mucho. ¿Por qué no publicarlo también en Ecuador para compartirlo con las familias, los amigos, los allegados de los menores trans? ¿Por qué no hablar públicamente de un tema que ha sido maltratado, cuando no escondido, para no molestar a una sociedad discriminadora, irrespetuosa, llena de temores atávicos sobre las diferencias? 

Nunca imaginé que un regalo de cumpleaños se convertiría en un libro, pero siento que cien ejemplares en España y trescientos en Ecuador, no son suficientes. Queremos hacer diecinueve capítulos para YouTube en videocuentos; queremos hacer una radionovela para transmitirla en radios amigas, queremos hacer más libros para que muchas mamás y papás los lean en las noches abrazados a sus hijas e hijos que nacieron con un cuerpo y un género con el que no se identifican y que están buscando expresar su verdadera identidad. Por todo esto que soñamos es que les proponemos hacer otra minga para pasar del sueño a la realidad.

Presentarlo aquí, en el CAC, cuando festejamos el Día de Integración LGBTIQ+, es un abrazo que nos da la vida. No podíamos pensar en un mejor lugar y en mejores seres humanos para escucharnos y acoger nuestro cuento.

 


sábado, 3 de julio de 2021

DESPUÉS DE DIOS

 

Diez apuntes teológicos más allá del teísmo


Nota: El texto reproduce básicamente mi intervención de apertura de la “consulta” celebrada por videoconferencia el 27 de junio de 2021, entre una cuarentena de personas hispanohablantes de América y Europa, sobre teísmo y no-teísmo en torno al libro Después de Dios. Otro modelo es posible (José Arregi, Carmen Magallón, Jacques Musset, Mary Judith Ress, José María Vigil, Santiago Villamayor) (Ed. Nuevo Tiempo Axial, 2021, disponible en formato digital, libre y gratuitamente a través de redesreto10.blogspot.com y otras redes).

Un saludo muy cordial a cada una y cada uno, en el continente y el hemisferio, el meridiano y el paralelo, el teísmo o el no-teísmo, la fe o la duda en que os halléis.

A más de uno, el título “Después de Dios” puede provocarle profunda desazón, o más que desazón. Pero reparemos en el subtítulo: “Otro modelo es posible”. El título se refiere, pues, al “modelo Dios”. No a Dios como Realidad fundante, sino a “Dios” como modelo interpretativo, como marco teórico de comprensión de la realidad. Los modelos no cambian como las modas, de un verano a otro. Son mucho más estables, pueden perdurar siglos, incluso milenios. El heliocentrismo, por ejemplo, desde mucho antes de Ptolomeo, duró milenios hasta Copérnico y Galileo. El mecanicismo de Newton duró algo más de dos siglos, hasta la relatividad de Einstein. Todo cambia cada vez más rápido.

Propongo 10 apuntes teológicos para la reflexión y el debate crítico en esta época de transición hacia a un modelo posteísta.

  1. El Dios modelo predominante de las religiones teístas es una entidad o un Ente sobrenatural, único o plural, representado casi siempre como un ser humano masculino, omnipotente y creador del mundo a menudo, o al menos dotado de poder para intervenir en el mundo desde dentro o desde fuera, en cualquier caso como sujeto autónomo, como alguien.
  2. Esa representación tiene fecha de nacimiento. Probablemente, fue concebida por la imaginación humana hace unos 7000 años en la vieja Sumeria (Irak), cuna de la civilización más antigua conocida. Allí encontramos las ruinas del templo más antiguo conocido en el mundo, del V milenio a.e.c. El templo era morada de “Dios”, con un clero a su cuidado y al frente de la religión.
  3. Esa idea de Dios y el sistema religioso teísta surgieron y se impusieron sin duda porque ofrecía alguna ventaja evolutiva para la sociedad.. Es la ley básica de la evolución en general y de la vida en particular. Ese modelo tiene los días contados.
  4. Pero la superación del teísmo no es solo cosa de ahora. La experiencia más profunda de lo Real ha movido a sabios, místicos y profetas de todas las tradiciones a superar el Dios modelo, toda imagen mental e institucional del Absoluto. Confucio y Laozi en China, Buda, Mahavira y los autores de las Upanishads en la India, Parménides, Pitágoras y Heráclito en Grecia… dejaron al “Dios” representado por el Absoluto irrepresentable: Cielo, Dao, Brahman o Shunyata. Siglos antes ya, Zoroastro en Persia cambió de Dios, abandonó la representación humana y adoptó el fuego sin forma fija, transformador de toda forma, como única imagen.
  5. Israel nos sitúa de lleno en el mundo semita, pero su monoteísmo y su escatología recibieron una profunda impronta persa, indoeuropea. Los grandes profetas de Israel enseñaron que el primer mandamiento de la Ley de Dios es: “No te harás ninguna imagen de Dios” (Ex 20,3). No podemos prescindir de imágenes y palabras, pero solo valen en la medida en que nos abren más allá, al Absoluto sin imagen y al Misterio sin palabra, en permanente transición. Solo quedan metáforas y relatos metafóricos. Jacob, en el vado o paso de Yabok, lucha con su imagen de Dios y la vence, y de ese lance sale herido, pero también bendecido (Gn 32,23-33). Moisés el transgresor, huyendo del poder faraónico, se adentra en el desierto, y allí, en una montaña “pagana”, conoce el Misterio sin nombre en la Zarza Ardiente, solo cuatro consonantes impronunciables (YHWH): “Yo soy quien soy” (y quien eres y el Ser en cuanto es) (Ex 3). Elías, también fugitivo del poder real y de sus profetas profesionales, pero él mismo poseído por la ideología del Dios único y omnipotente, ídolo supremo, debió aprender que tal “Dios” no existe, que el Absoluto no es ni viento impetuoso ni terremoto terrible ni fuego devorador, sino un ligero susurro apenas perceptible (1 R 19). Cada vez encontraron a Dios más allá de “Dios”.
  6. Los cristianos podemos y debemos ir también más allá de la imagen de Dios de Jesús. Jesús siguió sin duda siendo teísta, pero transgredió en muchos puntos, no en todos, la imagen convencional de Dios. De hecho, la tradición mística cristiana fue en ese punto más allá de Jesús. El Maestro Eckhart, por ejemplo, distinguió entre Divinidad y Dios: afirmó la Divinidad como Nada, o como Todo despojado de cualquier atributo, y negó la realidad del Dios con atributos. “Oh Dios, líbrame de Dios”, decía.
  7. Hoy, para muchas, cada vez más, cristianas y cristianos profundamente comprometidos y sinceros, no solo es lícito, sino también imperioso, dejar atrás toda imagen teísta de Dios o del Absoluto, yendo en eso más allá de Jesús. No creemos lo que queremos, sino lo que podemos (J.M. Mardones), dentro de lo “creíble disponible” de nuestra época (P. Ricoeur). Hoy resulta difícilmente creíble la existencia de un Ente anterior al mundo, subsistente sin éste y causa primera creadora del mismo. Más allá de todo dualismo entre mundo físico y metafísico y entre materia-espíritu, más allá del esquema temporal antes/después, más allá de toda oposición entre transcendencia-inmanencia, el mundo está animado por un dinamismo creativo que lo hace autocreador. Esa creatividad incesante y eterna es Dios o lo divino, corazón del mundo autocreador.
  8. ¿Qué queda, pues, después de “Dios”? Después de “Dios”, queda Dios”. O, si se prefiere no utilizar este término tan equívoco –aunque todos los términos de todos los diccionarios lo son–, se puede decir: “Después de ‘Dios’, queda lo Real”, del que formamos parte. Lo Real son formas, pero no solo formas, sino también Fondo Infinito que se abre en cada forma de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño. Lo Real es belleza que nos atrae y conmueve. Lo Real es Aliento vital que todo lo mueve y une y crea, en creatividad infinita de posibilidades inagotables. Lo Real es autoconciencia del yo, alteridad del tú, comunión del nosotros. Lo Real es digno de fe, de confianza sin fin a pesar de todo. Después de “Dios”, queda lo Real, con el Misterio fontal dinámico que late en su Fondo.
  9. Lo Real primero y último, el Absoluto fontal, no es un Ello impersonal, pero tampoco es un Yo frente a un tú, ni un Tú frente a un yo, que serían dos. Es más bien el Yo Absoluto que no tiene límite ni limita con nada. Es el Tú Absoluto que no conlleva separación ni separa nada. Lo Real absoluto, del que formamos parte, es Transpersonal, es decir, infinitamente más que “personal” en el sentido en que se entiende este término (centro autoconsciente individual distinto de otro centro autoconsciente individual). Lo Real absoluto es más que personal, de modo que en nuestra relación con El/Ella/Ello no se da ni fusión en uno ni separación en dos.
  10. Esa Realidad fontal creadora ¿podemos todavía llamarla Dios? Decídalo cada una, cada uno. Yo, en esta época de transición, no renuncio a llamarla también Dios, sin fijarla en ninguna imagen. Lo esencial no es cómo creemos en ella, sino cómo la creamos. Lo esencial no es cómo la llamamos, sino cómo la encarnamos, cómo a cada paso y en cada respiración respiramos y nos dejamos inspirar por el Aliento vital, el Alma o el Corazón del mundo –son formas de hablar–, y nos encendemos en la llama de amor que no se consume. Lo esencial es que esta creación que gime en dolores de parto vaya alcanzando su posibilidad más real, su liberación más plena en la compasión con el herido de cerca y de lejos. Lo esencial es que la bondad creativa sea lo más real y que Dios más allá de “Dios” vaya siendo todo en todas las cosas (1 Co 15,28) en este pequeño planeta y en todo el universo o multiverso.

Aizarna, 29 de junio de 2021

www.josearregi.com

viernes, 19 de marzo de 2021

 PENSADORES INTEMPESTIVOS | 14. MAESTRO ECKHART 

Maestro Eckhart: Dios no es nada

El teólogo y filósofo alemán fue procesado por la Inquisición en el siglo XIV por afirmaciones que se consideraron herejías, entre ellas que el mundo existe desde la eternidad y que Dios necesita al hombre tanto como el hombre a Dios 

Juan Arnau

“No hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol brilla también en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta la luz de las estrellas. Del mismo modo actúa la luz divina, que oculta las otras luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche”. (Maestro Eckhart, ‘El fruto de la nada’)

La palabra Dios ha dejado de ser conveniente, aunque la gramática de algunas frases exige un sujeto. Dios no es nada. Lo divino es todo. Darwin certificó lo primero. Spinoza, Zambrano y Whitehead, lo segundo. Mientras tanto, Nietzsche acuñó la célebre frase. Mucho antes de todos ellos un dominico alemán rescató un viejo mito. Un mito védico que comparten otras culturas. Un mito sencillo. Dios se ha vaciado en la creación. Lo ha dado todo y de él ya nada queda, salvo los trozos dispersos en los corazones de todo lo que vive. Esa es, a grandes rasgos, la visión de Eckhart, que, como era de esperar, escandalizó a su tiempo.

Coetáneo de Dante, Ibn Arabí y Ramón Llull, lo poco que sabemos de la vida de Eckhart de Hochheim (1260-1328) lo debemos a las actas del proceso de herejía al que fue sometido y condenado. Doctor en teología, enseñó como Tomás de Aquino en la Universidad de París, epicentro del saber de su época. Pero no fue en sus clases, sino en sus pláticas, donde arriesgó unas cuantas metáforas que casi le cuestan la vida. “A un hombre le pareció una vez en un sueño de vigilia que estaba preñado de la nada, como una mujer lo está de un niño, y en esa nada había nacido Dios”. Metáforas que, a pesar de las prohibiciones, arraigaron siglos después en Juan de la Cruz, Angelus Silesius y Jakob Böhme. Eckhart es además un interlocutor privilegiado del existencialismo, desde Alemania hasta Japón.

Las criaturas son, pero solo en la medida en que tienen su ser en otro. El antecedente más antiguo de esta visión lo encontramos en Nāgārjuna. Pero hay otro, posterior, en Patañjali, fundador del yoga, disciplina que define como la supresión de los procesos mentales. Si el Ser divino está más allá de los modos (de los atributos, es decir, de la naturaleza), y si no hay diferencia entre la luz natural del intelecto y la luz agraciada de la fe; si la razón está capacitada para la revelación, la forma de comunicarse con lo divino será un “vaciarse del alma”. Una idea que, apunta Amador Vega, Eckhart recoge de Margarita Porete. El alma aniquilada es la vía que permite comunicarse con lo divino sin mediación. Una idea que enfurecerá a quienes detentan el poder de esa mediación. El poder eclesiástico condenará esas técnicas y tratará de abolirlas prendiendo fuego al cuerpo de la mística francesa. Pero las metáforas son ignífugas y sus ideas inspirarán a quienes, silenciando el ruido del alma, son capaces de escuchar lo divino.



El tema se remonta a las upaniṣad y al Sermón de la montaña. El único templo verdadero es el alma humana. Y para que se produzca el nacimiento de lo divino en el alma, ese templo ha de estar vacío, diáfano. No solo sin altares, mercaderes y capillas, también del ruido de oficiantes y jerarcas. Para que el alma sea fecunda, es necesario un principio femenino. Así adquiere una condición genésica que le permite participar de la creación, del divino impulso que lo anima todo. Se convierte así en “centella y chispa”, en “simiente de fuego” que alumbra la vida.

No es de extrañar el celo con el que el papado seguía estas derivas del pensamiento. El obispo de París ya había condenado algunas de las tesis filosóficas de Alberto Magno y Tomás de Aquino, doctores muy reconocidos y, con el tiempo, Padres de la Iglesia. También lo fue Eckhart, que ocupó importantes cargos eclesiásticos y, en dos ocasiones, el honor de la cátedra de la Universidad de París, que en el siglo XIII era, tras el esplendor del califato de Córdoba, la capital del conocimiento en Europa. Entre sus funciones está la organización de capítulos provinciales y el cuidado de 50 conventos, en los que funge de director espiritual de jóvenes novicios. Es durante esa función cuando desarrolla su forma de enseñanza, oral y directa, que utiliza la lengua vulgar, el alemán, tanto para esas conversaciones como para el diálogo interior, mientras que reserva el latín para la teología sistemática. Una nueva lengua y un nuevo modo de hablar, de hablarse a uno mismo.

El alma es un desván lleno de trastos. Está llena de cosas: anhelos secretos, deseos que ni uno mismo entendería, afanes inconfesables, logros, obsesiones y fracasos. Es un péndulo que oscila entre la pérdida y la adquisición, entre el recuerdo y la aspiración. La tiniebla del interés y la ansiedad del afán. Allí no puede habitar lo divino. Lo divino exige un templo vacío, diáfano. Ayunar, velar, orar, son modos de vaciar el alma. “El que no se ocupa de sí mismo ni de nada que no sea lo divino es verdaderamente libre y está vacío de cualquier mercancía y no busca lo suyo, del mismo modo Dios está vacío de sus obras y es libre y tampoco busca lo suyo”. Vacío y libre. Cuando habla Eckhart, escuchamos a un budista. Las obras también son impedimentos, incluso las buenas. Las obras deberían ser libres y vacías, como lo divino. El templo del alma ha de vaciarse para que lo atraviese el viento del espíritu. Diáfana, el alma acoge lo divino y le restituye su trono original (ese que perdió con la creación). Lo divino vaga por el universo, carece de morada, y solo la encuentra en el templo vacío del alma. Solo en ella puede brillar la conciencia original. Entonces la luz sin mezcla penetra en ella. “El alma se ha arriesgado a ser anonadada y no puede, por sí misma, retornar a sí misma, tan lejos se ha marchado…”. Locura divina. Entonces fluye de plenitud y dulzura, graciosa, por encima de todas las cosas. Con poder y sin mediación, retorna a su origen.

Esa es la virginidad que ha de buscar el corazón. Reposar, anonadado, en el sí mismo. Presente, libre y vacío. Para que así en él nazca lo divino. “Para hacerse fecundo es necesario que se haga mujer. Mujer es la palabra más noble que puede atribuirse al alma, es mucho más noble que virgen. Es bueno que el hombre conciba a Dios en sí mismo”. Pero esa fecundidad del don, de lo que se nos ha dado, no es sino la gratitud del don. La fecundidad femenina es alabanza de gratitud. Los esposos no dan más que un fruto al año. Hay otros esposos, los apegados a las oraciones, los ayunos y las vigilias. No toda virginidad es capaz de engendrar. Todo apego a estas cosas, por espirituales que sean, priva de libertad. Y sin libertad el alma no puede dar fruto, no puede alumbrar a Dios. Ahora entendemos por qué Eckhart fue perseguido. El alma humana puede engendrar a Dios, libre y sin la mediación de los sacramentos (patrimonio de la curia). El erotismo está presente. Dios atraviesa al alma violentamente con sus rayos (Pablo). Reverdece en el alma lo divino como brota la rama del árbol. Luce y arde de dulzura y delicia. Con alegría tan cordial, que nadie puede hablar de ella con propiedad.

Lo divino nada sin guardar la ropa. Se ha arrojado al mundo, dividido, multiplicado en los corazones, y ahora, sólo desde los corazones, desde la diversidad más radical, puede regresar a su unidad original. El sacrificio primero ha consistido en eso. Se ha quedado en nada. Pérdida de la unidad, renuncia a la soledad ontológica, diversificación radical. Lo divino encuentra su morada definitiva, esa que perdió, en el corazón de lo moviente y pasajero. En nosotros, los fugaces…

“Dios es un ser sin el que los seres no son, porque todos los seres son de su ser”. Por eso se dice que la gracia es puro devenir, que fluye del corazón de lo divino, que es aquello que da, que engendra eternamente. La creación no es algo del pasado. Ocurre a cada momento. La gracia es una fuerza magnética. “Dios, en el fondo del alma, y la gracia son uno”. Cuando el alma no es poseída por la gracia, la gracia no es. No hay gracia en sí misma, hay posesión por la gracia. Hay gentes que engendran a Dios en su alma, como la virgen lo engendró con su cuerpo. Quien tiene ese “arte divino” ejerce el arte de la acogida. Dios desnudo, a la intemperie, que necesita abrigo, la manta cálida del corazón. La hospitalidad al dios mendigo que se entregó al mundo, que anima todo lo vivo desde dentro. No queda el padre allá fuera, protegido. Se ha entregado y su ojo ve a través de los diversísimos ángulos de la diversidad. Se complace en esa visión y, con ello, se conoce a sí mismo.

Uno puede amar a la criatura en Dios, pero nunca puede amar tanto a Dios como en sí mismo (desde un yo). Y pone a María Magdalena como ejemplo de meditación: “se apartó de todas las criaturas y entró en su corazón”. E identifica siete estadios de la vida contemplativa, siete moradas, como el budismo y la cábala, como Teresa de Ávila y tantos otros. “Es lo propio de Dios no poder dejar de engendrase en mí y en todos.” Es lo inmutable que hace que todas las cosas se muevan (y se mueven por el deseo). Es en este punto en el que la trinidad cristiana (toda ella masculina) se acerca a la india, que incorpora lo femenino, la tensión erótica entre el Espíritu y la Naturaleza.

“En el curso de la naturaleza lo superior está siempre más dispuesto a derramar en lo inferior su potencia que lo inferior preparado para recibirla.” Lo divino derrama su gracia en la persona antes que ésta esté preparada para recibirla. Lo propio de lo divino es dar, pero no puede dar si no hay alguien receptivo a su don. Y el mecanismo de recepción del don es la humildad. Hay aquí algo del islam en Eckhart. “Con mi humildad doy a lo divino su deidad”. “Mi humildad ensalza lo divino”. Abrigándolo, lo despierta. Y se siente su influjo con suavidad y dulzura. Entonces también es posible que la persona vea a Dios aquí abajo y encontrarse con él sin mediación (eso no se lo perdonarán).

El vacío frente a la nada

El vacío presupone una actividad. Vaciar: quitar obstáculos. La nada, sin embargo, es una pasividad inane, muerta. El vacío puede dar sus frutos, la nada es infructuosa, aburrida, plana. Para el budismo, que elevó el vacío a categoría filosófica, confundir el vacío con la nada es el peor de los errores. Un error que todavía muchos cometen, seducidos por “la religión de la nada” y otros espejismos de heideggerianos nipones. El vacío es una misión. Vacía casa o tu mente. Vacía tu vida de lo superfluo, del ruido de deseos espurios. Frente a esa tarea, la nada es una nadería. Eckhart lo confirma: “Si quieres ser perfecto, debes liberarte de la nada” y, más adelante, “lo que arde en el infierno es la nada”. También Leibniz, cuya pregunta capital era: “¿Por qué hay algo en lugar de nada?”. Tampoco hay que darle muchas vueltas al asunto. La vida brota de su propio fondo y por eso vive sin por qué, vive de sí misma. “Dios no pide otra cosa de ti, sino que salgas de tu modo de ser creatural y que dejes a Dios ser Dios en ti”. Sal de ti, haz sitio para que entre lo divino. “Nadie llega al cielo que no venga del cielo” (Juan 3,13). Dicho en términos orientales: la conciencia es potencia de percibir y reconocer algo. La conciencia carece de contenido, pero no es “nada”. “Un ahora presente y sin novedad”.

El vaso espiritual no es como el vaso físico. El vino está en la barrica, pero la barrica no está en el vino. Lo divino está contenido en el vaso y el vaso está contenido en lo divino. “La naturaleza de lo divino es darse a toda alma buena y la naturaleza del alma es recibir lo divino”. Es lo más noble que puede hacer. Lo semejante conoce lo semejante. Y para ello hay que vaciarse. Algunos, sin embargo, aman a Dios como se ama a una vaca: por su leche, su queso y sus carnes.

Eckhart es consciente de los riesgos que toma y llega a ironizar sobre el asunto. “Lo que el hombre ama, eso es el hombre (Agustín). Si ama una piedra es una piedra, si ama a un hombre es un hombre, si ama a Dios… ―no hace falta que continúe, pues ya dije que entonces sería Dios y así me podríais lapidar―”.

Sobre los “pobres de espíritu” afirma que son aquellos que no quieren nada, nada saben y nada tienen. Los que se apegan a la penitencia y la devoción exterior se les llama santos, pero en realidad son asnos, incapaces de conocer la verdad divina. Algunos maestros dicen que la bienaventuranza se refiere al conocimiento y el amor. Eckhart lo niega. Hay algo en el alma de donde fluye el conocimiento y el amor, algo que ni conoce ni ama. Quien lo experimenta, sabe de qué habla la bienaventuranza. Ese algo no tiene antes ni después, no espera nada, no puede obtener nada. Tan quieto y vacío que nada puede poseer. Los maestros afirman que Dios es un ser inteligible que conoce todas las cosas. Eckhart lo desmiente. “Dios ni es un ser ni es inteligible, no conoce esto o aquello. Pues Dios está vacío de todas las cosas y por ello es todas las cosas”. La pobreza sublime de espíritu consiste en vaciarse de la propia voluntad, liberarse del saber y del tener. Perplejidad pura. Y añade: “Ruego a Dios que me vacíe de Dios, pues mi ser esencial está por encima de Dios, en la medida en que comprendemos a Dios como origen de las criaturas”.

Dios fluye en todas las criaturas y, sin embargo, ninguna de ellas le toca. Confiere a la naturaleza la facultad de actuar y su primera acción es el corazón. Por eso algunos dicen que el alma se oculta en el corazón, y fluye desde allí a los otros órganos y los vivifica. Esto no es así. El alma está totalmente en cada uno de sus miembros, si bien es cierto que su acción primera reside en el corazón. Todas las cosas fluyeron de Dios, por eso se sienten criaturas y sienten que Dios es. Pero “atravesar” es más noble que fluir. Al atravesar permanezco libre de mi propia voluntad y de la voluntad de Dios… y “entonces no soy ni Dios ni criatura, soy más bien lo que fui y lo que seguiré siendo ahora y siempre… Y entonces advierto que Dios y yo somos uno”.

Dos potencias, la del ojo que ve y la que sabe que ve. Una de ellas capacita a reconocer la otra. Naturaleza y espíritu. Para Eckhart el segundo está por encima de la primera. Para la visión hindú están en igualdad. “La naturaleza comienza su acción por lo inferior, hace al hombre del niño, y al pollo del huevo. Pero Dios empieza con lo más perfecto. Da primero el ser a todas las criaturas. Hace primero el fuego y deja luego que la naturaleza caliente de la madera haga surgir el fuego. La chispa del fuego y el ser del fuego está muy lejos, aunque los veamos juntos en el espacio y el tiempo. Esa es la mirada en el tiempo y desde fuera del tiempo”.

Del ser separado

Eckhart confiesa haber leído tanto a los sabios paganos como a los profetas. El dominico es cruce de helenismo y judaísmo, como toda nuestra civilización. En cada uno de nosotros hay un ser libre de congoja y puro, al que Eckhart llama “ser separado”. Veremos hasta qué punto se parece al puruṣa del sāṃkhya y al ātman de las upaniṣad. Esta naturaleza desprendida se encuentra por encima del amor. “Mientras que el amor me incita a amar a Dios, el ser separado obliga a Dios a amarme”. Y resulta más admirable lo segundo que lo primero. “Y sucede así porque Dios puede dirigirse y unirse a mí mejor de lo que yo podría hacerlo con Dios”. Este ser pone de manifiesto un magnetismo de arriba abajo, mediante el cual cada cosa individual ocupa su propio lugar. Es como una gravedad inversa. “El lugar propio de Dios es la unidad y la pureza, pero esto proviene de que es un ser separado. Por esa razón debe darse en un corazón separado”. Lo divino se da en la persona singular, con su ubicación en el espacio y el tiempo. De ahí que para Eckhart esa naturaleza desprendida se encuentre por encima del amor y haga “que yo no sea susceptible de nada”, creando esa sensación juvenil de ser invulnerable, pues nada puede derribar a lo que está desprendido (los hindúes dirían aislado: kaivalya), a lo que permanece inmóvil ante todo asalto del cuerpo, del dolor, de las vergüenzas y los oprobios, que le hacen tanto daño “como una suave brisa a una montaña de plomo”. El apego a las criaturas nos hace sufrir, mientras que el ser separado, al estar desprendido, es inmune al apego y a sufrimiento. Además, el ser separado sostiene todas las cosas. Es simple y sensible y se encuentra muy cerca de la nada. Por eso el ser separado no es susceptible de nada sino de Dios. Ese ser desprendido es la conciencia, que es una, pero “vive” o “se experimenta” desde un yo, en los innumerables corazones de todo lo que está vivo. Por eso en algunas experiencias parece que uno se salga de sí mismo. Ese ser desprendido nos iguala a lo divino, “pues que Dios sea Dios le viene de su ser desprendido”, que no es otra cosa que su pureza, simplicidad e inmutabilidad. Por eso Dios no es moral ni le afecta la moral, ni todas las buenas obras y oraciones que la persona pueda realizar. No es sin esto ni lo otro, carece de contenido, pues en ese vacío se encuentra la mayor susceptibilidad. No actúa por igual en todos los corazones. Depende de la predisposición y la susceptibilidad que encuentra. La tarea es pues hacerse susceptible a esa gravedad inversa, a ese esfuerzo divino. Y nadie podría hacerlo si no fuera ya semejante a Dios (lo semejante conoce lo semejante), si no compartiera esa naturaleza desprendida. Hay quienes quieren regresar a aquel del que han salido. Pero ese desprendimiento no es sino una ilusión.

La bula de Juan XXII

La bula papal, sellada en Aviñón el 27 de marzo de 1329, condena 28 afirmaciones de Eckhart de Hochheim. Lamenta que el dominico haya querido saber más de lo necesario y que haya sido seducido por el padre de la mentira, que guía sus invenciones. Se le acusa de imprudente, de asumir la figura del ángel para difundir la oscuridad, ante el vulgo y por escrito. Ha sostenido lo insostenible, entre otras cosas: Que el mundo existe desde la eternidad. Que Dios necesita al hombre tanto como el hombre a Dios. Que, en toda obra, incluso en la mala, se manifiesta la gloria divina. Que quien blasfema a Dios alaba a Dios. Que Dios es honrado en quien no busca honores, ni provecho, ni recompensa. Que quien cree que puede recibir algo de Dios, sería inferior a él, como un siervo o un esclavo, y él, al dar, sería como un señor. Que todas las criaturas son una pura nada. Que hay algo en el alma que es increado e increable. Que Dios no es ni bueno, ni mejor, ni perfecto, que si decimos bueno a Dios nos equivocamos como si dijéramos blanco al negro.

Tras ser examinadas estas y otras tesis, los doctores dictaminaron que 17 de ellas contienen errores manchados por la herejía, que condenan y reprueban. Mientras que hay otras 11 malsonantes, temerarias y sospechosas de herejía, aunque con muchas explicaciones puedan recibir un sentido católico. Y que cualquiera que ose sostener estos artículos sea considerado como sospechoso de herejía.

La bula afirma que se retractó. Pero el proceso fue largo y Eckhart murió antes de que la Inquisición dictara sentencia. No hubo tiempo de encender la pira. Ante sus intrépidas creencias, no existió misericordia ni perdón. A pesar de haber sido superior de los dominicos de la región de Sajonia. Eckhart fue un poeta y un disidente del pensamiento común (ese que se mantiene por fuerza o negligencia). El lenguaje de la poesía puede ser tan riguroso como el de los conceptos. Y en este sentido Eckhart, el poeta, no contradice el rigor conceptual del teólogo. Cuando Rilke lo leyó por primera vez en 1903, el poeta confesó a una amiga: “Aun sin saber nada de él, yo era desde hace años su discípulo y pregonero”. Reconoció ese verbo no dicho, ese verbo que se habla a sí mismo.

Eckhart sostuvo que solo es posible conocer por simpatía, que las criaturas inteligentes, en cuanto más salen de sí mismas en su obrar, más entran en sí mismas. Quien se conoce a sí mismo, conoce todas las criaturas. Ese es el “país lejano” del que hablan las escrituras. “A un hombre le pareció una vez, en un sueño de vigilia, que estaba preñado de la nada, como la mujer lo está del bebé. Y en esa nada había nacido Dios”. Una idea que toma Eckhart de maestros paganos (Cicerón y Seneca): la simiente de Dios está en nosotros. Y al igual que la semilla del peral crece hasta hacerse peral, la semilla divina crece hasta hacerse Dios. Pero puede ocurrir que esa buena simiente tenga un labrador torpe o malvado. Entonces no puede madurar, crecerá la zarza y la ahogará, de modo que no pueda fructificar. Pero Orígenes, al que Eckhart llama “gran maestro”, añade: dado que es Dios mismo quien ha vertido, impreso y germinado esa semilla, puede suceder que se halle tapada y oculta, pero jamás aniquilada o anulada en sí misma. Está ahí, paciente, aparentemente inactiva, esperando.