Soy la tía abuela de
Nerea, tía de sus papás y sus tíos, cuñada de su abuela. Pero más allá de los
parentescos, soy tía abuela de Nerea por un profundo amor.
Conocí a Nerea cuando
era un pequeño niño llamado Andy. De cuerpo frágil, voz suave y ojos inquietos.
Desde que nos conocimos hicimos clic: jugamos, conversamos, nos reímos.
El 7 de abril de 2019
toda nuestra familia extensa recibió una carta escrita por Marce y Jokin. Me
permito leerles un poquito de ella:
Es sobre Andy, se
siente niña. El lunes 1 de abril lo verbalizó conmigo diciéndome: “Yo a mis
amigos les digo que soy chico para que no se rían de mí, pero yo, para mí, soy
chica”, y al día siguiente con Jokin cuando le dijo “ojalá hubiera nacido
niña”. Esta confesión ha desatado un terremoto interno en nuestras vidas, pero
por sobre todo ha primado el amor como padres… Es un tema profundo, que está en
su esencia, y respetamos y agradecemos a la vida por tenerle en nuestra vida
(…).
La carta adjuntaba
una nueva foto familiar donde Andy ya era una niña. No recuerdo si ese día o al
siguiente, la llamé: ¡hola, preciosa!, le dije, y conversamos sobre lo difícil
que es elegir la ropa que vas a ponerte. Nos reímos y nos quedamos enganchadas
en un ir y venir de llamadas y mensajes.
Durante estos dos
años Marce y Jokin nos han mandado fotos y videos desde el País Vasco, donde
ellos viven: hemos visto crecer a una niña pequeña de pelito corto con vinchas
de colores hasta convertirse en la niña mucho más grande que aparece en la foto
de su carné de identidad, con una hermosísima trenza francesa que corona su
cabeza: Nerea Zurutuza Serrano.
Yo quise acompañarla
en este momento de su vida, en esta transición. Entendí que Andy iba a cambiar.
¿Qué cambiaba ahora exactamente? Seguía siendo el mismo ser humano de voz suave
y ojos inquietos, pero ahora era además valiente, muy valiente. ¿Cómo hacerle
sentir más allá de las palabras mi amor? ¿Cómo estar con ella en esa
transición, que era difícil? ¿Cómo darle muchos abrazos estrechos y cálidos si
vivimos en diferentes países?
Surgió así la idea de
un cuento, porque eso es lo que sé hacer. Una ficción fantástica sobre sus
nueve años. Un cuento para ella y —ahora lo veo— para nuestra familia y todas
las familias de menores trans. Un cuento para vivir la inclusión, el respeto,
el amor por los seres humanos, más allá de los carteles binarios con los que
hemos crecido.
Compartí mi idea con
Marce y Jokin. Los tres fuimos escribiendo Dizdira y Adarbakar. Jokin me
contó los mitos de creación del País Vasco y yo recordé los mitos de nuestros
pueblos. Escribimos en minga pequeños capítulos, desde su nacimiento hasta su
presente. Me llené de la vida de Andy, entré en su pasado, en sus padres
biológicos, en su cuarto, en sus juguetes preferidos, en sus comidas, en su
escuela, en sus amigos, en sus tíos, en sus temores y sus certezas. Conocí
profundamente a Andy y a sus padres por adopción: Marcela y Jokin. Y escribí
desde ese conocimiento.
El 26 de septiembre
de 2019 Nerea cumplió diez años y mi regalo para ella fue este cuento, que
todavía no tenía diecinueve capítulos, porque no sabía cómo terminarlo. Pero
justo alrededor de esa fecha, Marcela me contó que Andy decidió y pidió cambiar
su nombre. Quería uno que la identificara, que la hiciera sentir nueva y
completa. Quiso llamarse Nerea. Esa fue la pauta para imaginar que en el tercer
planeta que visitarían Dizdira y Adarbakar tendría que suceder ese cambio.
Nerea me había dado el final del cuento que ella quería. Dizdira, la
estrella que brilla, se convirtió en Nerea, la que fluye. Lanzó su
viejo nombre al mar y un delfín lo recibió en su frente.
Igual que trabajamos
juntos en el cuento, compartimos la lectura, las reacciones de Nerea a la
historia que escuchaba, cómo fue identificándose con el personaje,
reconociéndose, apoderándose de la historia. Era su historia y era fantástica.
Estaba rodeada de amor, estaba contenida, y eso le daba seguridad y alegría:
podía hacer su transición sin esconderse, sin temer al desamor.
Jokin y Marcela siempre
quisieron compartir este cuento con otros padres de menores trans. Publicarlo
en España era un tema que aparecía en nuestras conversaciones. De pronto una
mañana me llamaron y me mostraron el libro. Lo habían hecho y me emocioné
mucho. ¿Por qué no publicarlo también en Ecuador para compartirlo con las
familias, los amigos, los allegados de los menores trans? ¿Por qué no hablar
públicamente de un tema que ha sido maltratado, cuando no escondido, para no
molestar a una sociedad discriminadora, irrespetuosa, llena de temores atávicos
sobre las diferencias?
Nunca imaginé que un
regalo de cumpleaños se convertiría en un libro, pero siento que cien
ejemplares en España y trescientos en Ecuador, no son suficientes. Queremos
hacer diecinueve capítulos para YouTube en videocuentos; queremos hacer una
radionovela para transmitirla en radios amigas, queremos hacer más libros para
que muchas mamás y papás los lean en las noches abrazados a sus hijas e hijos
que nacieron con un cuerpo y un género con el que no se identifican y que están
buscando expresar su verdadera identidad. Por todo esto que soñamos es que les
proponemos hacer otra minga para pasar del sueño a la realidad.
Presentarlo aquí, en
el CAC, cuando festejamos el Día de Integración LGBTIQ+, es un abrazo que nos
da la vida. No podíamos pensar en un mejor lugar y en mejores seres humanos
para escucharnos y acoger nuestro cuento.
Nota:
El texto reproduce básicamente mi intervención de apertura de la
“consulta” celebrada por videoconferencia el 27 de junio de 2021, entre
una cuarentena de personas hispanohablantes de América y Europa, sobre
teísmo y no-teísmo en torno al libro Después de Dios. Otro modelo es posible (José
Arregi, Carmen Magallón, Jacques Musset, Mary Judith Ress, José María
Vigil, Santiago Villamayor) (Ed. Nuevo Tiempo Axial, 2021, disponible en
formato digital, libre y gratuitamente a través de redesreto10.blogspot.com y otras redes).
Un
saludo muy cordial a cada una y cada uno, en el continente y el
hemisferio, el meridiano y el paralelo, el teísmo o el no-teísmo, la fe o
la duda en que os halléis.
A más de uno, el título
“Después de Dios” puede provocarle profunda desazón, o más que desazón.
Pero reparemos en el subtítulo: “Otro modelo es posible”. El título se
refiere, pues, al “modelo Dios”. No a Dios como Realidad fundante, sino a
“Dios” como modelo interpretativo, como marco teórico de comprensión de
la realidad. Los modelos no cambian como las modas, de un verano a
otro. Son mucho más estables, pueden perdurar siglos, incluso milenios.
El heliocentrismo, por ejemplo, desde mucho antes de Ptolomeo, duró
milenios hasta Copérnico y Galileo. El mecanicismo de Newton duró algo
más de dos siglos, hasta la relatividad de Einstein. Todo cambia cada
vez más rápido.
Propongo 10 apuntes teológicos para la reflexión y el debate crítico en esta época de transición hacia a un modelo posteísta.
El
Dios modelo predominante de las religiones teístas es una entidad o un
Ente sobrenatural, único o plural, representado casi siempre como un ser
humano masculino, omnipotente y creador del mundo a menudo, o al menos
dotado de poder para intervenir en el mundo desde dentro o desde fuera,
en cualquier caso como sujeto autónomo, como alguien.
Esa
representación tiene fecha de nacimiento. Probablemente, fue concebida
por la imaginación humana hace unos 7000 años en la vieja Sumeria
(Irak), cuna de la civilización más antigua conocida. Allí encontramos
las ruinas del templo más antiguo conocido en el mundo, del V milenio
a.e.c. El templo era morada de “Dios”, con un clero a su cuidado y al
frente de la religión.
Esa idea de Dios y el sistema
religioso teísta surgieron y se impusieron sin duda porque ofrecía
alguna ventaja evolutiva para la sociedad.. Es la ley básica de la
evolución en general y de la vida en particular. Ese modelo tiene los
días contados.
Pero la superación del teísmo no es
solo cosa de ahora. La experiencia más profunda de lo Real ha movido a
sabios, místicos y profetas de todas las tradiciones a superar el Dios
modelo, toda imagen mental e institucional del Absoluto. Confucio y
Laozi en China, Buda, Mahavira y los autores de las Upanishads en la
India, Parménides, Pitágoras y Heráclito en Grecia… dejaron al “Dios”
representado por el Absoluto irrepresentable: Cielo, Dao, Brahman o Shunyata.
Siglos antes ya, Zoroastro en Persia cambió de Dios, abandonó la
representación humana y adoptó el fuego sin forma fija, transformador de
toda forma, como única imagen.
Israel nos sitúa de
lleno en el mundo semita, pero su monoteísmo y su escatología recibieron
una profunda impronta persa, indoeuropea. Los grandes profetas de
Israel enseñaron que el primer mandamiento de la Ley de Dios es: “No te
harás ninguna imagen de Dios” (Ex 20,3). No podemos prescindir de
imágenes y palabras, pero solo valen en la medida en que nos abren más
allá, al Absoluto sin imagen y al Misterio sin palabra, en permanente
transición. Solo quedan metáforas y relatos metafóricos. Jacob, en el
vado o paso de Yabok, lucha con su imagen de Dios y la vence, y de ese
lance sale herido, pero también bendecido (Gn 32,23-33). Moisés el
transgresor, huyendo del poder faraónico, se adentra en el desierto, y
allí, en una montaña “pagana”, conoce el Misterio sin nombre en la Zarza
Ardiente, solo cuatro consonantes impronunciables (YHWH): “Yo soy quien
soy” (y quien eres y el Ser en cuanto es) (Ex 3). Elías, también
fugitivo del poder real y de sus profetas profesionales, pero él mismo
poseído por la ideología del Dios único y omnipotente, ídolo supremo,
debió aprender que tal “Dios” no existe, que el Absoluto no es ni viento
impetuoso ni terremoto terrible ni fuego devorador, sino un ligero
susurro apenas perceptible (1 R 19). Cada vez encontraron a Dios más
allá de “Dios”.
Los cristianos podemos y debemos ir
también más allá de la imagen de Dios de Jesús. Jesús siguió sin duda
siendo teísta, pero transgredió en muchos puntos, no en todos, la imagen
convencional de Dios. De hecho, la tradición mística cristiana fue en
ese punto más allá de Jesús. El Maestro Eckhart, por ejemplo, distinguió
entre Divinidad y Dios: afirmó la Divinidad como Nada, o como Todo
despojado de cualquier atributo, y negó la realidad del Dios con
atributos. “Oh Dios, líbrame de Dios”, decía.
Hoy,
para muchas, cada vez más, cristianas y cristianos profundamente
comprometidos y sinceros, no solo es lícito, sino también imperioso,
dejar atrás toda imagen teísta de Dios o del Absoluto, yendo en eso más
allá de Jesús. No creemos lo que queremos, sino lo que podemos (J.M.
Mardones), dentro de lo “creíble disponible” de nuestra época (P.
Ricoeur). Hoy resulta difícilmente creíble la existencia de un Ente
anterior al mundo, subsistente sin éste y causa primera creadora del
mismo. Más allá de todo dualismo entre mundo físico y metafísico y entre
materia-espíritu, más allá del esquema temporal antes/después, más allá
de toda oposición entre transcendencia-inmanencia, el mundo está
animado por un dinamismo creativo que lo hace autocreador. Esa
creatividad incesante y eterna es Dios o lo divino, corazón del mundo
autocreador.
¿Qué queda, pues, después de “Dios”?
Después de “Dios”, queda Dios”. O, si se prefiere no utilizar este
término tan equívoco –aunque todos los términos de todos los
diccionarios lo son–, se puede decir: “Después de ‘Dios’, queda lo
Real”, del que formamos parte. Lo Real son formas, pero no solo formas,
sino también Fondo Infinito que se abre en cada forma de lo
infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño. Lo Real es belleza
que nos atrae y conmueve. Lo Real es Aliento vital que todo lo mueve y
une y crea, en creatividad infinita de posibilidades inagotables. Lo
Real es autoconciencia del yo, alteridad del tú, comunión del nosotros.
Lo Real es digno de fe, de confianza sin fin a pesar de todo. Después de
“Dios”, queda lo Real, con el Misterio fontal dinámico que late en su
Fondo.
Lo Real primero y último, el Absoluto fontal,
no es un Ello impersonal, pero tampoco es un Yo frente a un tú, ni un
Tú frente a un yo, que serían dos. Es más bien el Yo Absoluto que no
tiene límite ni limita con nada. Es el Tú Absoluto que no conlleva
separación ni separa nada. Lo Real absoluto, del que formamos parte, es
Transpersonal, es decir, infinitamente más que “personal” en el sentido
en que se entiende este término (centro autoconsciente individual
distinto de otro centro autoconsciente individual). Lo Real absoluto es
más que personal, de modo que en nuestra relación con El/Ella/Ello no se
da ni fusión en uno ni separación en dos.
Esa Realidad fontal creadora ¿podemos todavía llamarla Dios? Decídalo cada una, cada uno. Yo, en esta época de transición, no renuncio a llamarla también Dios,
sin fijarla en ninguna imagen. Lo esencial no es cómo creemos en ella,
sino cómo la creamos. Lo esencial no es cómo la llamamos, sino cómo la
encarnamos, cómo a cada paso y en cada respiración respiramos y nos
dejamos inspirar por el Aliento vital, el Alma o el Corazón del mundo
–son formas de hablar–, y nos encendemos en la llama de amor que no se
consume. Lo esencial es que esta creación que gime en dolores de parto
vaya alcanzando su posibilidad más real, su liberación más plena en la
compasión con el herido de cerca y de lejos. Lo esencial es que la
bondad creativa sea lo más real y que Dios más allá de “Dios” vaya
siendo todo en todas las cosas (1 Co 15,28) en este pequeño planeta y en
todo el universo o multiverso.
El
teólogo y filósofo alemán fue procesado por la Inquisición en el siglo
XIV por afirmaciones que se consideraron herejías, entre ellas que el
mundo existe desde la eternidad y que Dios necesita al hombre tanto como
el hombre a Dios
“No
hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol brilla también en
la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta la luz de las
estrellas. Del mismo modo actúa la luz divina, que oculta las otras
luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche”. (Maestro Eckhart, ‘El fruto de la nada’)
La
palabra Dios ha dejado de ser conveniente, aunque la gramática de
algunas frases exige un sujeto. Dios no es nada. Lo divino es todo.
Darwin certificó lo primero. Spinoza, Zambrano y Whitehead, lo segundo.
Mientras tanto, Nietzsche acuñó la célebre frase. Mucho antes de todos
ellos un dominico alemán rescató un viejo mito. Un mito védico que
comparten otras culturas. Un mito sencillo. Dios se ha vaciado en la
creación. Lo ha dado todo y de él ya nada queda, salvo los trozos
dispersos en los corazones de todo lo que vive. Esa es, a grandes
rasgos, la visión de Eckhart, que, como era de esperar, escandalizó a su
tiempo.
Coetáneo de Dante, Ibn Arabí y Ramón Llull, lo poco que sabemos de la vida de Eckhart de Hochheim
(1260-1328) lo debemos a las actas del proceso de herejía al que fue
sometido y condenado. Doctor en teología, enseñó como Tomás de Aquino en
la Universidad de París, epicentro del saber de su época. Pero no fue
en sus clases, sino en sus pláticas, donde arriesgó unas cuantas
metáforas que casi le cuestan la vida. “A un hombre le pareció una vez
en un sueño de vigilia que estaba preñado de la nada, como una mujer lo
está de un niño, y en esa nada había nacido Dios”. Metáforas que, a
pesar de las prohibiciones, arraigaron siglos después en Juan de la
Cruz, Angelus Silesius y Jakob Böhme. Eckhart es además un interlocutor
privilegiado del existencialismo, desde Alemania hasta Japón.
Las
criaturas son, pero solo en la medida en que tienen su ser en otro. El
antecedente más antiguo de esta visión lo encontramos en Nāgārjuna. Pero
hay otro, posterior, en Patañjali, fundador del yoga, disciplina que
define como la supresión de los procesos mentales. Si el Ser divino está
más allá de los modos (de los atributos, es decir, de la naturaleza), y
si no hay diferencia entre la luz natural del intelecto y la luz
agraciada de la fe; si la razón está capacitada para la revelación, la
forma de comunicarse con lo divino será un “vaciarse del alma”. Una idea
que, apunta Amador Vega, Eckhart recoge de Margarita Porete. El alma
aniquilada es la vía que permite comunicarse con lo divino sin
mediación. Una idea que enfurecerá a quienes detentan el poder de esa
mediación. El poder eclesiástico condenará esas técnicas y tratará de
abolirlas prendiendo fuego al cuerpo de la mística francesa. Pero las
metáforas son ignífugas y sus ideas inspirarán a quienes, silenciando el
ruido del alma, son capaces de escuchar lo divino.
El tema se remonta a las upaniṣad y al Sermón de la montaña.
El único templo verdadero es el alma humana. Y para que se produzca el
nacimiento de lo divino en el alma, ese templo ha de estar vacío,
diáfano. No solo sin altares, mercaderes y capillas, también del ruido
de oficiantes y jerarcas. Para que el alma sea fecunda, es necesario un
principio femenino. Así adquiere una condición genésica que le permite
participar de la creación, del divino impulso que lo anima todo. Se
convierte así en “centella y chispa”, en “simiente de fuego” que alumbra
la vida.
No es de extrañar el celo con el que el papado
seguía estas derivas del pensamiento. El obispo de París ya había
condenado algunas de las tesis filosóficas de Alberto Magno y Tomás de
Aquino, doctores muy reconocidos y, con el tiempo, Padres de la Iglesia.
También lo fue Eckhart, que ocupó importantes cargos eclesiásticos y,
en dos ocasiones, el honor de la cátedra de la Universidad de París, que
en el siglo XIII era, tras el esplendor del califato de Córdoba, la
capital del conocimiento en Europa. Entre sus funciones está la
organización de capítulos provinciales y el cuidado de 50 conventos, en
los que funge de director espiritual de jóvenes novicios. Es durante esa
función cuando desarrolla su forma de enseñanza, oral y directa, que
utiliza la lengua vulgar, el alemán, tanto para esas conversaciones como
para el diálogo interior, mientras que reserva el latín para la
teología sistemática. Una nueva lengua y un nuevo modo de hablar, de
hablarse a uno mismo.
El
alma es un desván lleno de trastos. Está llena de cosas: anhelos
secretos, deseos que ni uno mismo entendería, afanes inconfesables,
logros, obsesiones y fracasos. Es un péndulo que oscila entre la pérdida
y la adquisición, entre el recuerdo y la aspiración. La tiniebla del
interés y la ansiedad del afán. Allí no puede habitar lo divino. Lo
divino exige un templo vacío, diáfano. Ayunar, velar, orar, son modos de
vaciar el alma. “El que no se ocupa de sí mismo ni de nada que no sea
lo divino es verdaderamente libre y está vacío de cualquier mercancía y
no busca lo suyo, del mismo modo Dios está vacío de sus obras y es libre
y tampoco busca lo suyo”. Vacío y libre. Cuando habla Eckhart,
escuchamos a un budista. Las obras también son impedimentos, incluso las
buenas. Las obras deberían ser libres y vacías, como lo divino. El
templo del alma ha de vaciarse para que lo atraviese el viento del
espíritu. Diáfana, el alma acoge lo divino y le restituye su trono
original (ese que perdió con la creación). Lo divino vaga por el
universo, carece de morada, y solo la encuentra en el templo vacío del
alma. Solo en ella puede brillar la conciencia original. Entonces la luz
sin mezcla penetra en ella. “El alma se ha arriesgado a ser anonadada y
no puede, por sí misma, retornar a sí misma, tan lejos se ha
marchado…”. Locura divina. Entonces fluye de plenitud y dulzura,
graciosa, por encima de todas las cosas. Con poder y sin mediación,
retorna a su origen.
Esa es la virginidad que ha de
buscar el corazón. Reposar, anonadado, en el sí mismo. Presente, libre y
vacío. Para que así en él nazca lo divino. “Para hacerse fecundo es
necesario que se haga mujer. Mujer es la palabra más noble que puede atribuirse al alma, es mucho más noble que virgen.
Es bueno que el hombre conciba a Dios en sí mismo”. Pero esa fecundidad
del don, de lo que se nos ha dado, no es sino la gratitud del don. La
fecundidad femenina es alabanza de gratitud. Los esposos no dan más que
un fruto al año. Hay otros esposos, los apegados a las oraciones, los
ayunos y las vigilias. No toda virginidad es capaz de engendrar. Todo
apego a estas cosas, por espirituales que sean, priva de libertad. Y sin
libertad el alma no puede dar fruto, no puede alumbrar a Dios. Ahora
entendemos por qué Eckhart fue perseguido. El alma humana puede
engendrar a Dios, libre y sin la mediación de los sacramentos
(patrimonio de la curia). El erotismo está presente. Dios atraviesa al
alma violentamente con sus rayos (Pablo). Reverdece en el alma lo divino
como brota la rama del árbol. Luce y arde de dulzura y delicia. Con
alegría tan cordial, que nadie puede hablar de ella con propiedad.
Lo
divino nada sin guardar la ropa. Se ha arrojado al mundo, dividido,
multiplicado en los corazones, y ahora, sólo desde los corazones, desde
la diversidad más radical, puede regresar a su unidad original. El
sacrificio primero ha consistido en eso. Se ha quedado en nada. Pérdida
de la unidad, renuncia a la soledad ontológica, diversificación radical.
Lo divino encuentra su morada definitiva, esa que perdió, en el corazón
de lo moviente y pasajero. En nosotros, los fugaces…
“Dios
es un ser sin el que los seres no son, porque todos los seres son de su
ser”. Por eso se dice que la gracia es puro devenir, que fluye del
corazón de lo divino, que es aquello que da, que engendra eternamente.
La creación no es algo del pasado. Ocurre a cada momento. La gracia es
una fuerza magnética. “Dios, en el fondo del alma, y la gracia son uno”.
Cuando el alma no es poseída por la gracia, la gracia no es. No hay
gracia en sí misma, hay posesión por la gracia. Hay gentes que engendran
a Dios en su alma, como la virgen lo engendró con su cuerpo. Quien
tiene ese “arte divino” ejerce el arte de la acogida. Dios desnudo, a la
intemperie, que necesita abrigo, la manta cálida del corazón. La
hospitalidad al dios mendigo que se entregó al mundo, que anima todo lo
vivo desde dentro. No queda el padre allá fuera, protegido. Se ha
entregado y su ojo ve a través de los diversísimos ángulos de la
diversidad. Se complace en esa visión y, con ello, se conoce a sí mismo.
Uno
puede amar a la criatura en Dios, pero nunca puede amar tanto a Dios
como en sí mismo (desde un yo). Y pone a María Magdalena como ejemplo de
meditación: “se apartó de todas las criaturas y entró en su corazón”. E
identifica siete estadios de la vida contemplativa, siete moradas, como
el budismo y la cábala, como Teresa de Ávila y tantos otros. “Es lo
propio de Dios no poder dejar de engendrase en mí y en todos.” Es lo
inmutable que hace que todas las cosas se muevan (y se mueven por el
deseo). Es en este punto en el que la trinidad cristiana (toda ella
masculina) se acerca a la india, que incorpora lo femenino, la tensión
erótica entre el Espíritu y la Naturaleza.
“En el curso
de la naturaleza lo superior está siempre más dispuesto a derramar en lo
inferior su potencia que lo inferior preparado para recibirla.” Lo
divino derrama su gracia en la persona antes que ésta esté preparada
para recibirla. Lo propio de lo divino es dar, pero no puede dar si no
hay alguien receptivo a su don. Y el mecanismo de recepción del don es
la humildad. Hay aquí algo del islam en Eckhart. “Con mi humildad doy a
lo divino su deidad”. “Mi humildad ensalza lo divino”. Abrigándolo, lo
despierta. Y se siente su influjo con suavidad y dulzura. Entonces
también es posible que la persona vea a Dios aquí abajo y encontrarse
con él sin mediación (eso no se lo perdonarán).
El vacío frente a la nada
El
vacío presupone una actividad. Vaciar: quitar obstáculos. La nada, sin
embargo, es una pasividad inane, muerta. El vacío puede dar sus frutos,
la nada es infructuosa, aburrida, plana. Para el budismo, que elevó el
vacío a categoría filosófica, confundir el vacío con la nada es el peor
de los errores. Un error que todavía muchos cometen, seducidos por “la
religión de la nada” y otros espejismos de heideggerianos nipones. El
vacío es una misión. Vacía casa o tu mente. Vacía tu vida de lo
superfluo, del ruido de deseos espurios. Frente a esa tarea, la nada es
una nadería. Eckhart lo confirma: “Si quieres ser perfecto, debes
liberarte de la nada” y, más adelante, “lo que arde en el infierno es la
nada”. También Leibniz, cuya pregunta capital era: “¿Por qué hay algo
en lugar de nada?”. Tampoco hay que darle muchas vueltas al asunto. La
vida brota de su propio fondo y por eso vive sin por qué, vive de sí
misma. “Dios no pide otra cosa de ti, sino que salgas de tu modo de ser
creatural y que dejes a Dios ser Dios en ti”. Sal de ti, haz sitio para
que entre lo divino. “Nadie llega al cielo que no venga del cielo” (Juan
3,13). Dicho en términos orientales: la conciencia es potencia de
percibir y reconocer algo. La conciencia carece de contenido, pero no es
“nada”. “Un ahora presente y sin novedad”.
El
vaso espiritual no es como el vaso físico. El vino está en la barrica,
pero la barrica no está en el vino. Lo divino está contenido en el vaso y
el vaso está contenido en lo divino. “La naturaleza de lo divino es
darse a toda alma buena y la naturaleza del alma es recibir lo divino”.
Es lo más noble que puede hacer. Lo semejante conoce lo semejante. Y
para ello hay que vaciarse. Algunos, sin embargo, aman a Dios como se
ama a una vaca: por su leche, su queso y sus carnes.
Eckhart
es consciente de los riesgos que toma y llega a ironizar sobre el
asunto. “Lo que el hombre ama, eso es el hombre (Agustín). Si ama una
piedra es una piedra, si ama a un hombre es un hombre, si ama a Dios…
―no hace falta que continúe, pues ya dije que entonces sería Dios y así
me podríais lapidar―”.
Sobre los “pobres de espíritu”
afirma que son aquellos que no quieren nada, nada saben y nada tienen.
Los que se apegan a la penitencia y la devoción exterior se les llama
santos, pero en realidad son asnos, incapaces de conocer la verdad
divina. Algunos maestros dicen que la bienaventuranza se refiere al
conocimiento y el amor. Eckhart lo niega. Hay algo en el alma de donde
fluye el conocimiento y el amor, algo que ni conoce ni ama. Quien lo
experimenta, sabe de qué habla la bienaventuranza. Ese algo no tiene
antes ni después, no espera nada, no puede obtener nada. Tan quieto y
vacío que nada puede poseer. Los maestros afirman que Dios es un ser
inteligible que conoce todas las cosas. Eckhart lo desmiente. “Dios ni
es un ser ni es inteligible, no conoce esto o aquello. Pues Dios está
vacío de todas las cosas y por ello es todas las cosas”. La pobreza
sublime de espíritu consiste en vaciarse de la propia voluntad,
liberarse del saber y del tener. Perplejidad pura. Y añade: “Ruego a
Dios que me vacíe de Dios, pues mi ser esencial está por encima de Dios,
en la medida en que comprendemos a Dios como origen de las criaturas”.
Dios
fluye en todas las criaturas y, sin embargo, ninguna de ellas le toca.
Confiere a la naturaleza la facultad de actuar y su primera acción es el
corazón. Por eso algunos dicen que el alma se oculta en el corazón, y
fluye desde allí a los otros órganos y los vivifica. Esto no es así. El
alma está totalmente en cada uno de sus miembros, si bien es cierto que
su acción primera reside en el corazón. Todas las cosas fluyeron de
Dios, por eso se sienten criaturas y sienten que Dios es. Pero
“atravesar” es más noble que fluir. Al atravesar permanezco libre de mi
propia voluntad y de la voluntad de Dios… y “entonces no soy ni Dios ni
criatura, soy más bien lo que fui y lo que seguiré siendo ahora y
siempre… Y entonces advierto que Dios y yo somos uno”.
Dos
potencias, la del ojo que ve y la que sabe que ve. Una de ellas
capacita a reconocer la otra. Naturaleza y espíritu. Para Eckhart el
segundo está por encima de la primera. Para la visión hindú están en
igualdad. “La naturaleza comienza su acción por lo inferior, hace al
hombre del niño, y al pollo del huevo. Pero Dios empieza con lo más
perfecto. Da primero el ser a todas las criaturas. Hace primero el fuego
y deja luego que la naturaleza caliente de la madera haga surgir el
fuego. La chispa del fuego y el ser del fuego está muy lejos, aunque los
veamos juntos en el espacio y el tiempo. Esa es la mirada en el tiempo y
desde fuera del tiempo”.
Del ser separado
Eckhart
confiesa haber leído tanto a los sabios paganos como a los profetas. El
dominico es cruce de helenismo y judaísmo, como toda nuestra
civilización. En cada uno de nosotros hay un ser libre de congoja y
puro, al que Eckhart llama “ser separado”. Veremos hasta qué punto se
parece al puruṣa del sāṃkhya y al ātman de las upaniṣad.
Esta naturaleza desprendida se encuentra por encima del amor. “Mientras
que el amor me incita a amar a Dios, el ser separado obliga a Dios a
amarme”. Y resulta más admirable lo segundo que lo primero. “Y sucede
así porque Dios puede dirigirse y unirse a mí mejor de lo que yo podría
hacerlo con Dios”. Este ser pone de manifiesto un magnetismo de arriba
abajo, mediante el cual cada cosa individual ocupa su propio lugar. Es
como una gravedad inversa. “El lugar propio de Dios es la unidad y la
pureza, pero esto proviene de que es un ser separado. Por esa razón debe
darse en un corazón separado”. Lo divino se da en la persona singular,
con su ubicación en el espacio y el tiempo. De ahí que para Eckhart esa
naturaleza desprendida se encuentre por encima del amor y haga “que yo
no sea susceptible de nada”, creando esa sensación juvenil de ser
invulnerable, pues nada puede derribar a lo que está desprendido (los
hindúes dirían aislado: kaivalya), a lo que permanece inmóvil
ante todo asalto del cuerpo, del dolor, de las vergüenzas y los
oprobios, que le hacen tanto daño “como una suave brisa a una montaña de
plomo”. El apego a las criaturas nos hace sufrir, mientras que el ser
separado, al estar desprendido, es inmune al apego y a sufrimiento.
Además, el ser separado sostiene todas las cosas. Es simple y sensible y
se encuentra muy cerca de la nada. Por eso el ser separado no es
susceptible de nada sino de Dios. Ese ser desprendido es la conciencia,
que es una, pero “vive” o “se experimenta” desde un yo, en los
innumerables corazones de todo lo que está vivo. Por eso en algunas
experiencias parece que uno se salga de sí mismo. Ese ser desprendido
nos iguala a lo divino, “pues que Dios sea Dios le viene de su ser
desprendido”, que no es otra cosa que su pureza, simplicidad e
inmutabilidad. Por eso Dios no es moral ni le afecta la moral, ni todas
las buenas obras y oraciones que la persona pueda realizar. No es sin
esto ni lo otro, carece de contenido, pues en ese vacío se encuentra la
mayor susceptibilidad. No actúa por igual en todos los corazones.
Depende de la predisposición y la susceptibilidad que encuentra. La
tarea es pues hacerse susceptible a esa gravedad inversa, a ese esfuerzo
divino. Y nadie podría hacerlo si no fuera ya semejante a Dios (lo
semejante conoce lo semejante), si no compartiera esa naturaleza
desprendida. Hay quienes quieren regresar a aquel del que han salido.
Pero ese desprendimiento no es sino una ilusión.
La bula de Juan XXII
La
bula papal, sellada en Aviñón el 27 de marzo de 1329, condena 28
afirmaciones de Eckhart de Hochheim. Lamenta que el dominico haya
querido saber más de lo necesario y que haya sido seducido por el padre
de la mentira, que guía sus invenciones. Se le acusa de imprudente, de
asumir la figura del ángel para difundir la oscuridad, ante el vulgo y
por escrito. Ha sostenido lo insostenible, entre otras cosas: Que el
mundo existe desde la eternidad. Que Dios necesita al hombre tanto como
el hombre a Dios. Que, en toda obra, incluso en la mala, se manifiesta
la gloria divina. Que quien blasfema a Dios alaba a Dios. Que Dios es
honrado en quien no busca honores, ni provecho, ni recompensa. Que quien
cree que puede recibir algo de Dios, sería inferior a él, como un
siervo o un esclavo, y él, al dar, sería como un señor. Que todas las
criaturas son una pura nada. Que hay algo en el alma que es increado e
increable. Que Dios no es ni bueno, ni mejor, ni perfecto, que si
decimos bueno a Dios nos equivocamos como si dijéramos blanco al negro.
Tras
ser examinadas estas y otras tesis, los doctores dictaminaron que 17 de
ellas contienen errores manchados por la herejía, que condenan y
reprueban. Mientras que hay otras 11 malsonantes, temerarias y
sospechosas de herejía, aunque con muchas explicaciones puedan recibir
un sentido católico. Y que cualquiera que ose sostener estos artículos
sea considerado como sospechoso de herejía.
La bula
afirma que se retractó. Pero el proceso fue largo y Eckhart murió antes
de que la Inquisición dictara sentencia. No hubo tiempo de encender la
pira. Ante sus intrépidas creencias, no existió misericordia ni perdón. A
pesar de haber sido superior de los dominicos de la región de Sajonia.
Eckhart fue un poeta y un disidente del pensamiento común (ese que se
mantiene por fuerza o negligencia). El lenguaje de la poesía puede ser
tan riguroso como el de los conceptos. Y en este sentido Eckhart, el
poeta, no contradice el rigor conceptual del teólogo. Cuando Rilke lo
leyó por primera vez en 1903, el poeta confesó a una amiga: “Aun sin
saber nada de él, yo era desde hace años su discípulo y pregonero”.
Reconoció ese verbo no dicho, ese verbo que se habla a sí mismo.
Eckhart
sostuvo que solo es posible conocer por simpatía, que las criaturas
inteligentes, en cuanto más salen de sí mismas en su obrar, más entran
en sí mismas. Quien se conoce a sí mismo, conoce todas las criaturas.
Ese es el “país lejano” del que hablan las escrituras. “A un hombre le
pareció una vez, en un sueño de vigilia, que estaba preñado de la nada,
como la mujer lo está del bebé. Y en esa nada había nacido Dios”. Una
idea que toma Eckhart de maestros paganos (Cicerón y Seneca): la
simiente de Dios está en nosotros. Y al igual que la semilla del peral
crece hasta hacerse peral, la semilla divina crece hasta hacerse Dios.
Pero puede ocurrir que esa buena simiente tenga un labrador torpe o
malvado. Entonces no puede madurar, crecerá la zarza y la ahogará, de
modo que no pueda fructificar. Pero Orígenes, al que Eckhart llama “gran
maestro”, añade: dado que es Dios mismo quien ha vertido, impreso y
germinado esa semilla, puede suceder que se halle tapada y oculta, pero
jamás aniquilada o anulada en sí misma. Está ahí, paciente,
aparentemente inactiva, esperando.